La mitad de los ciudadanos de la capital noruega y la mayoría de sus edificios y escuelas utilizan la calefacción producida por la quema de basura. Los desechos caseros, los desperdicios industriales e incluso los materiales tóxicos originados en fábricas y hospitales son más que bienvenidos en las numerosas plantas incineradoras de basura de la ciudad, las cuales se enfrentan al problema de no tener material para funcionar. Se calcula que en el Norte de Europa se producen unas 150 toneladas de basura al año, una cifra que según los expertos se queda muy corta para la capacidad noruega, que puede procesar más de 700 millones de toneladas.

La gestión de residuos de este país escandinavo huye de la práctica tradicional de arrojar o enterrar la basura en vertederos, algo que genera mucho gas metano y contamina el medio ambiente. Los ciudadanos de Oslo clasifican su basura doméstica en bolsas de colores  que ofrece gratuitamente el gobierno: verdes para desechos orgánicos, azules para plásticos y blancas para lo inclasificable. En las plantas de residuos, un escáner se encarga de clasificar las bolsas por colores para su correcto tratamiento. Este sistema de reciclaje es muy funcional y, junto a los hábitos de vida de los ciudadanos, la gestión de los residuos es todo éxito en Oslo.

Siguiendo los pasos de sus vecinos suecos, la idea de quemar basura proliferó hace apenas cuatro años en Noruega como una apuesta por una energía renovable que redujera el uso de combustibles fósiles. En la actualidad, el país nórdico se ha convertido en otro referente mundial a tener en cuenta para cualquier estrategia de reciclaje a gran escala.

Fuentes: Twenergy / BBC / Flickr

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