Aunque pudiera parecerlo no se trata de una moda. La incorporación del etiquetado energético en lámparas eléctricas y luminarias entró en vigor el 1 de septiembre de 2013 en cumplimiento del Reglamento 874/2012 de la Unión Europea. Esta normativa persigue tener al consumidor perfectamente informado de la eficiencia y rendimiento de “los productos relacionados con la energía que tengan un gran potencial de ahorro energético y que presenten una amplia disparidad en los niveles de rendimiento con funcionalidad equivalente” según recoge la Directiva.

La etiqueta debe ser visible en la parte exterior del embalaje que va destinado al consumidor final, es decir, el ciudadano de a pie que se acerca a un punto de venta cualquiera. Además debe indicar la compatibilidad entre las luminarias y las distintas clases energéticas de bombillas: A++, A+, A, B, C, D o E. Esta clasificación se mostrará desde la ya clásica escala semáforo, del verde al rojo pasando por el ámbar. En la base del distintivo figurará el consumo ponderado y redondeado en Kw por 1000 horas.

Tanto fabricantes como distribuidores tienen que hacer el esfuerzo de adaptarse a esta normativa dado que la misma información que se incluye en la etiqueta energética deberá figurar en todas las ofertas comerciales o presupuestos que vayan destinados al consumidor.

Esta medida permitirá que el comprador tenga una información más completa y precisa y pueda elegir el tipo de lámparas que mejor le convengan a efectos de rendimiento, eficiencia energética y compatibilidad entre luminarias y bombillas.

La energía que se consume a través de las lámparas eléctricas supone un gasto muy significativo y gracias a esta medida se espera reducir la demanda energética contribuyendo así a un menor consumo. Una iniciativa que beneficia a todos, incluido el bolsillo del sacrificado consumidor.

Fuentes: La Verdad | Berdin | Flickr

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