El proyecto nació de un acuerdo firmado en 2007 entre los Gobiernos de China y Singapur. En esencia, el primero se comprometió a proveer los terrenos y la financiación, y el segundo la tecnología. El objetivo era edificar un campo de pruebas que sirviera de modelo para muchas otras ciudades del país asiático, ahogadas por la contaminación, la escasez de agua y otros problemas derivados de la vertiginosa urbanización e industrialización que vive China desde hace 30 años.

Las autoridades eligieron unos terrenos del tamaño de Bilbao, yermos debido a décadas de vertidos industriales sin control, para poner en marcha la ciudad ecológica. Antes de que comenzaran los trabajos de limpieza, apenas había árboles ni cultivos en la zona: la tierra estaba demasiado salada y contaminada.

Hoy los primeros habitantes de la ciudad ya hacen sus compras en el mercado de frutas y verduras y se reúnen en los espacios comunes dedicados al deporte y al baile. Aún hay pocos comercios y muchos edificios en construcción. Pero el proyecto comienza a cobrar vida. “Por ahora, se han construido 10.000 apartamentos, de los cuales un 65% está vendido y un 30%  habitado; en total, unas 10.000 personas se han instalado ya en la zona”, asegura Liu Zheng, uno de los gestores de medio ambiente de la urbe.

Las autoridades prevén que la ciudad albergue unos 350.000 residentes en 2020. Los precios de los pisos se sitúan unos 120.000 euros por 100 metros cuadrados, más o menos lo mismo que en otros complejos residenciales de las afueras de Tianjin o Pekín.

La filosofía detrás de la ciudad ecológica de Tianjin se fundamenta en dos principios: consumir menos recursos y minimizar el impacto sobre el medio ambiente del consumo de esos recursos. Uno de los puntos clave es la gestión de los residuos. Se ha establecido un estricto sistema de separación, recogida y reciclaje de la basura. También hay un sistema de preprocesado de los deshechos no reutilizables, disminuye, según los responsables, hasta en un 90% la cantidad de basura que se debe transportar hasta los vertederos y las incineradoras de los alrededores.

Otro de los cimientos de la sostenibilidad es el sistema de calefacción y refrigeración. Todos los apartamentos tienen instalado un circuito de tuberías bajo el suelo. En verano circula agua fría y en invierno agua caliente, regulando la temperatura del edificio. El sistema está completamente centralizado. El agua se calienta o se enfría en una enorme planta que se alimenta en buena medida de energía eólica.

El objetivo es que en 2020 al menos el 20% de la energía que se consuma en la ciudad provenga de fuentes renovables, principalmente el viento y el sol. La paradoja es que como las instalaciones energéticas se han construido antes de que la población alcance todo su potencial, ese porcentaje se sitúa en la actualidad en torno al 50 o 60 por ciento.

China tiene más de 1.300 millones de habitantes. Hoy día, aproximadamente la mitad vive en las ciudades. El Gobierno prevé que otros 300 millones de personas se conviertan en ciudadanos urbanos de aquí a 2030. De cómo se organice este proceso, de cómo se construyan los apartamentos, de cuánta agua y electricidad se consuma, de qué tipo de trasporte se utilice y cómo se procesen los residuos dependerá el futuro de este país y del mundo.

La ciudad ecológica de Tianjin es un primer paso, un experimento que se está utilizando como modelo para otros desarrollos urbanos.

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