La entrada de nuestro país en la Unión Europea supuso, entre otras cosas, la asunción de innumerables Directivas europeas que teníamos que trasponer en un tiempo determinado, a todas luces corto, a nuestro sistema regulatorio. Entre otros, el paquete de legislación ambiental.

Demasiada legislación nueva para trasponer en poco tiempo. Pero se empezó a trabajar en esa línea. Mientras se creaba nueva legislación para el empresariado nacional, en general,  no pasaba de ser una obligación legal que tarde o temprano se debería cumplir, sin mayor convencimiento de protección del entorno en el que se opera, mientras los gobiernos no supieron inculcar la idea de que cualquier actividad humana altera el entorno en el que se desarrolla, para bien o para mal, desgraciadamente en la inmensa mayoría, para mal.

No se acompañó este arranque serio de implantación de legislación ambiental con una estrategia de concienciación ambiental en todos los ámbitos. Las empresas iniciaban procesos de depuración y segregación de residuos, los ayuntamientos empezaban a poner en las calles contenedores de residuos orgánicos, vidrio, plástico y papel, los ríos que pasaban por las ciudades como alcantarillas descubiertas, se empezaron a sanear, y las fábricas empezaron a salir de las ciudades.

Sin embargo, la concienciación ciudadana brillaba por su ausencia. Los medios de comunicación asocian medio ambiente con  protección de zonas  con alta biodiversidad, animales en peligro de extinción, hacer esculturas con latas de refresco usadas, hacer ropa con plástico reciclado o el prototipo de una motocicleta que va con mondas de patata. Esto último es, en esencia, la parte frívola de la materia.

El medio ambiente es mucho más. Es realmente todo lo que nos rodea desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Los consumos de cualquier tipo de energía en casa o en la fábrica o en la oficina, los vehículos con los que nos desplazamos, públicos o privados, los residuos que generamos en nuestro trabajo y nuestra empresa, los vertidos de la fábrica o empresa en la que trabajamos, los vertidos de nuestros hogares y del municipio, la contaminación lumínica, el ruido,..

No es tan raro seguir oyendo tanto a nivel personal como de empresa: “no reciclo porque tengo lejos los contenedores” “no separo los residuos porque no me lo pide la legislación” “depuro el vertido para que no me multen” “me meto en el tema de las renovables porque es el negocio del futuro(¿?)” “tiro el papel al suelo porque para eso están los barrenderos a los que pagamos los contribuyentes” “no registro la nueva chimenea hasta que no venga una inspección de emisiones”, “tengo el Sistema de Gestión ambiental certificado por que me lo pide el cliente, no por convencimiento”, etc..

Estamos mal educados. Hemos errado el mensaje. La gente sigue relacionando medio ambiente y sostenibilidad con ecología militante o con la parte bucólica de los documentales de la televisión sobre la sabana africana. Error.

¿Sabemos las consecuencias de no segregar los residuos en nuestra casa? ¿Sabemos las consecuencias de tirar el aceite usado por el desagüe del lavadero? ¿Sabemos las consecuencias de mantener los electrodomésticos en el estado “stand by”? ¿Sabemos las consecuencias de verter los vertidos urbanos en cauces públicos (incluido el mar) sin depurar? ¿Sabemos las consecuencias de verter purines sobre el terreno sin tratar previamente? ¿Sabemos las consecuencias de no depurar las emisiones atmosféricas? ¿Sabemos las consecuencias de no investigar el uso de materias primas menos contaminantes o renovables? Y tantas otras preguntas básicas que, cuando empecemos a saber responderlas en positivo, estaremos empezando a estar bien educados.

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