Las recomendaciones médicas a los delhíes con problemas respiratorios son claras: «Abandona Delhi». Una expresión que se convirtió en tendencia en las redes sociales en la India y que logró su pico de popularidad cuando el alcalde de Nueva Delhi, Arvind Kejriwal, tuvo que mudarse una temporada al sur del país para acudir a «un programa de desintoxicación» en el que depurar sus pulmones.

Según la OMS, en la capital india los niveles medios de las partículas contaminantes en suspensión PM 2,5, las más pequeñas y perjudiciales al penetrar directamente en los pulmones, son de 153 microgramos por metro cúbico, cuando el máximo recomendado por el organismo internacional es 10.

Sin embargo, numerosos especialistas han criticado que esos niveles son incluso mayores, pues los medidores de polución suelen estar situados en lugares alejados de las principales arterias de la ciudad.

El científico estadounidense Joshua Apte instaló para demostrarlo uno de esos monitores en un popular rickshaw, el ciclo-taxi indio, y recorrió durante cuatro meses el centro y sur de la ciudad. Los resultados fueron alarmantes: niveles de PM 2,5 hasta ocho veces superiores a los datos oficiales.
Así que, como era de esperar, cuando se buscaron las causas de los altos niveles de contaminación resultó sencillo culpar al tráfico.

La jungla de asfalto 

En la caótica capital india unos 500.000 vehículos recorren a diario sus congestionadas carreteras, dominadas por la ley del más fuerte y donde las normas de conducción parecen no congeniar con el temerario conductor capitalino.

Además durante la noche, mientras los delhíes duermen, la ciudad abre sus puertas a un ejército de 80.000 camiones. Esos mastodontes de hasta 20 años de antigüedad emplean mezclas altamente contaminantes de diesel y queroseno como combustible para abaratar costes, según criticó un estudio realizado por los Departamentos de Ingeniería Mecánica de varias universidades de Nueva Delhi.

«Podrías pensar que aquí hay un incendio, pero es solo el humo que emiten estos vehículos», dijo al diario local Indian Express un empleado de uno de los puestos que controla el acceso de los camiones a la ciudad.

Y lejos de mejorar la situación, la populosa capital india, con 25 millones de habitantes, suma todos los días 1.400 coches a su parque automovilístico. La mayoría de esos vehículos además están impulsados por diesel, unos de los carburantes fósiles más contaminantes.

«El tráfico es definitivamente una de las principales causas de la contaminación. Pero este asunto es un poco más complicado, porque también existen las emisiones de larga distancia y gran parte de la contaminación proviene de ahí», advirtió a Twenergy la especialista Sunanda Mehta, de la organización ecologista Greenpeace.

Recientemente, añade, el Instituto de Tecnología de la India en Delhi realizó un estudio que reveló que el humo que envuelve la capital durante el invierno proviene de la «combustión de carbón» industrial en estados vecinos como Haryana y Punjab, emisiones de larga distancia que suponen el 60 % de la contaminación. 

Aunque una aproximación realista a esta problemática recomienda a las «relajadas» autoridades locales que se centren «de manera rotunda en el transporte público», sentenció la ecologista.

Ese transporte público, como rickshaws, autobuses o taxis, consume en su mayoría gas licuado del petróleo (GLP), que reduce en un 99% las emisiones de partículas, una gran ayuda para mejorar los altos niveles de contaminación. El problema es, avisa Mehta, que los autobuses «están tan viejos que la gente prefiere utilizar sus coches privados», por lo que un cambio en los hábitos de los delhíes pasa por modernizar su flota.

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