Fumar al aire libre está permitido, pero en pleno invierno puede resultar doblemente dañino para la salud. Por eso se han multiplicado como setas de otoño las estufas de gas diseñadas para exteriores.

Una medida encaminada a contentar a todo el mundo, mientras se salvaguarda la salud de la población que, sin embargo, ha derivado en una nueva polémica: ¿son eficientes desde el punto de vista medioambiental? Esta cuestión ya se había planteado en los países vecinos del norte de Europa donde el reglamento antitabaco se aplica desde el año 2008. Fue entonces cuando, al igual que ahora en España, las heating mushrooms en el Reino Unido, heizpilze en Alemania, funghi riscaldatori, en Italia o parasol chauffant en Francia, se multiplicaron como eso, como setas. En ese momento, la parlamentaria europea Fiona Hall denunció las grandes cantidades de CO2 emitidas por estos artefactos que queman de manera continua combustible fósil, ya sea butano o propano.

¿Fumadores calientes y el planeta recalentado? Ésa es la cuestión que se trata de dirimir. En el Reino Unido, donde estas estufas se utilizan durante la mayor parte del año, dadas las condiciones climáticas, calcularon que estos calefactores generaban 22.000 toneladas de dióxido de carbono al año. Mientras, en España, ciudades como Vitoria, nombrada «Green Capital 2012» ha considerado que su nominación como Capital Verde Europea es incompatible con este tipo de artilugios a gas. Ante esta realidad, la variante eléctrica de estas estufas, que ronda los 400 euros, ha empezado a ser el compañero de pitillo de los alaveses.

La siguiente capital que dice no a estas estufas es la francesa. La afición parisina por las terrazas, llueva o nieve, se ve ahora en apuros por una normativa municipal. Dos años da el consistorio para adaptarse a la nueva legislación que propone una alternativa 100% ecológica: repartir mantas entre los clientes. Además, la ciudad de la luz puede optar, como no podía ser de otra forma, por los calefactores eléctricos que siguen estando autorizados.

Como parte de esta iniciativa medioambiental, las autoridades francesas exigen asimismo que se distribuyan ceniceros para evitar la acumulación de colillas en el suelo y que el mobiliario cumpla también criterios de sostenibilidad y bajo impacto contaminante. Más de 8.600 atónitos hosteleros franceses se enfrentan a la ordenanza reclamando que al menos se amplíe a cuatro años el plazo para acometer las reformas.

Sin duda es otra nueva inversión a la que se tendrán que enfrentar los hosteleros, pero la alternativa eléctrica asegura eficiencia energética, un calor más eficaz dado que la ausencia de gas evita que este tipo de calor se disemine (el calor eléctrico funciona por radiación, como el sol, calentando en un radio «x» de distancia dependiendo de la potencia, a diferencia del calor por gas que, en vez del objeto, calienta el ambiente a través de la dispersión del gas) y, sobre todo, más respeto por el medio ambiente.

Y es que, volviendo a la letra de la tonadilla mencionada, no hay como el calor del amor en un bar y si es debajo de una mantita, mejor que mejor…

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