El terremoto, el tsunami y la crisis nuclear de Japón en marzo de 2011 dejaron un país devastado y más de 15.000 muertos. En términos energéticos, el Gobierno nipón tuvo que hacer frente, de la noche a la mañana, a la enorme crisis provocada por el cierre de sus 48 reactores atómicos, que proveían el 25% de la electricidad de la nación asiática. Hoy en día, todas las centrales permanecen fuera de funcionamiento, aunque el regulador local ya ha aprobado la reapertura de cuatro reactores, que considera seguros. 

El Ejecutivo de Tokio cree que es vital volver a incluir la energía nuclear en el mix energético del país. De acuerdo a cálculos oficiales, la factura de las importaciones de combustible (especialmente gas) para cubrir el espacio dejado por los reactores nucleares asciende a más de 25.000 millones de euros anuales. Aún así, la opinión pública japonesa sigue mayoritariamente en contra de la energía nuclear, según todos los sondeos.

El desastre de 2011, sin embargo, dio un nuevo impulso en Japón a las renovables y a los proyectos innovadores en materia energética, como las ciudades inteligentes. Un ejemplo es la smart city de Kashiwa-no-ha. Surgida en 2006 gracias a un acuerdo público-privado entre el gigante corporativo Hitachi, la Universidad de Tokio, el Gobierno local y otras instituciones, la ciudad recibió el espaldarazo definitivo en diciembre de 2011, cuando el Ejecutivo central otorgó al proyecto un tratamiento preferencial en materia de impuestos y otras ventajas.

La villa, todavía en proceso de expansión, alberga un 50% de superficie residencial y un 25% de zonas comerciales. El resto se reparte entre facultades y centros de investigación, una incubadora de empresas que pretende imitar el éxito de Silicon Valley e instalaciones comunitarias con fines sociales. 

La parte más innovadora del proyecto surge de la necesidad. En los meses y años posteriores al desastre de Fukushima, los cortes de electricidad eran frecuentes en todo el país. Para mitigar el impacto sobre sus habitantes, los gestores de Kashiwa-no-ha idearon un sistema basado en unas enormes baterías situadas en los sótanos de los edificios de la ciudad, con capacidad suficiente para proveer el 60% de la energía habitual consumida en un periodo de tres días. 

El invento sigue siendo útil ahora, cuando los cortes de luz ya no son tan frecuentes. Las baterías permiten acumular electricidad cuando el consumo es menor (durante la noche) y las tarifas de la red más baratas. Con esas reservas se cubren los picos de demanda durante el día, evitando la recarga del sistema. Además, desde el centro de control se gestiona también el trasvase de dichos recursos entre los diferentes sectores de la ciudad. Por ejemplo, los fines de semana las zonas comerciales están más llenas y demandan más electricidad; para mitigar los picos de demanda, se utilizan entonces las reservas de las zonas residenciales.

La 'smart city' exhibe muchos de los rasgos que caracterizan estos proyectos en otras zonas del mundo. Todos los edificios disponen de paneles solares, que proveen de electricidad para uso corriente y, en caso de excedente, contribuyen también a cargar las baterías. Se fomenta también el uso de los vehículos eléctricos con estaciones de recarga. El sistema de calefacción y refrigeración de la ciudad está completamente centralizado. Unas tuberías recorren la estructura de todos los edificios. En invierno, fluye agua caliente. En verano, agua fría, ayudando a regular la temperatura.

Además, Kashiwa-no-ha ha apostado por pequeños detalles diferenciadores, que se podrían exportar fácilmente a nuevos desarrollos urbanísticos en cualquier lugar del mundo. Por ejemplo, la idea de colocar un contador digital en los pisos compartidos, de forma que se compara el gasto mensual de agua y luz de cada inquilino, tratando de incentivar una competencia a la baja.

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