La Argentina se ha convertido en un auténtico referente regional de la biotecnología, con un mercado  creciente que ya representa anualmente unos 75 millones de dólares. En cierto modo, recupera su histórico papel de granero del mundo avalado por una de las legislaciones más pioneras en este ámbito puesto que ya en 1991 se creó la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA), precisamente, para regular las actividades relacionadas con organismos genéticamente modificados (OGM) de uso agropecuario.

La CONABIA, constituida por representantes del sector público y privado, tiene como objeto garantizar la bioseguridad del agroecosistema, velando por una agricultura sustentable que, no sólo persigue la producción de alimentos sino, además, de biocombustibles, menos contaminantes y que reducen nuestra dependencia de los combustibles fósiles.

Con este marco regulatorio y los avances científicos, la agricultura sustentable cobra cada día más peso a través de la incorporación de nuevas variedades de bioinsumos, obteniendo cultivos mejorados en sus propiedades agronómicas, o en su calidad nutricional. Mediante técnicas biotecnológicas es posible cultivar plantas que se adapten mejor a determinado clima (a sus temperaturas, frecuencia de lluvias…) o, por ejemplo, a un determinado tipo de suelo, lo que en muchas regiones podría resolver problemas de falta de alimentos.

Asimismo, la biotecnología no sólo contribuye a la agricultura sustentable con la mejora de las cosechas propiamente dichas, sino también con el control de las plagas que afectan a éstas. En este sentido, ya existen algunas experiencias en la utilización de bacterias, virus, hongos o extractos vegetales para llevar a cabo el control microbiano de plagas, mejorando así la producción agropecuaria. Para ello se utilizan microorganismos que compiten por los nutrientes con los patógenos o, sencillamente, que dotan a los cultivos de una mayor resistencia microbiana.

Además, los biofertilizantes ya son una realidad, facilitando la asimilación de nitrógeno en los cultivos de leguminosas. La soja es un buen ejemplo de estas técnicas de inoculación, alcanzando ya al 90 por ciento del cultivo.  ¿Qué se consigue con ello? De nuevo, una agricultura más sustentable porque gracias a esta Fijación Biológica del Nitrógeno (FBN) se reduce significativamente la necesidad de aplicación de nitrógeno químico, preservando así el ambiente.

Fuentes: Inti – Biotecnología Industrial / La Capital / Infocampo.com

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