El singular planteamiento de estos científicos ofrece muchas ventajas frente a otras fuentes de bioetanol como el maíz, puesto que al ser un producto alimentario su utilidad como combustible puede encarecer extraordinariamente su precio. Este inconveniente no se da en el proyecto de la UNL puesto que lo que se aprovecha para la producción del biocombustible son los efluentes de la industria de bebidas gaseosas, es decir, los generados por productos que no llegan al circuito comercial, por ejemplo, por su falta de gas, o que directamente son retirados del mercado por su vencimiento.
Quiere esto decir que lo que se da es una especie de reciclaje o aprovechamiento de residuos, con la ventaja de que no generar contaminantes adicionales dadas sus altas concentraciones de azúcares y otros componentes. De esta manera, no sólo se abre una puerta a la energía limpia sino que, además, se eliminan los costosos procesos –tanto en pesos como en consumo energético– que requiere la eliminación de estos efluentes. Tanto es así que se estima que el proceso permite una reducción del 95% de la carga contaminante de los mencionados efluentes”.
¿Cómo funciona? En realidad, el proceso biológico empleado para la generación del bioetanol no es nada novedoso; es el mismo que se utiliza en la elaboración del vino o la cerveza desde tiempos ancestrales: la fermentación alcohólica mediada por levaduras, que consumen los azúcares presentes y liberan etanol al medio.
La pregunta es obligada: ¿Tantos descartes se producen de estas bebidas gaseosas para pensar en una fuente de energía alternativa? Así es, puesto que según la Cámara Argentina de la Industria de Bebidas sin Alcohol, en la Argentina se comercializan entre unos 4.500 y 6.000 millones de litros de bebidas gaseosas por año, con lo que si sólo consideráramos un descarte del 2% (entre 90 y 120 millones de litros), obtendríamos unas 4 mil toneladas de bioetanol por año.
No es la única ventaja del proyecto, también destaca su rapidez. Los científicos han conseguido producir el bioetanol en seis u ocho horas, lo que viene a ser de 20 a 40 veces más rápido que el tratamiento de deshechos convencional.
Fuente de fotografía: UNL
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