Y es que los metales más peligrosos son, al final, los que más se utilizan en procesos industriales y, por tanto, a los que nos encontramos más expuestos (de los 106 elementos conocidos por el hombre, 84 son metales). Es el caso del plomo, mercurio, cadmio, níquel, vanadio, cromo, cobre, aluminio, arsénico o plata, entre otros. La paradoja de estos metales es que, en realidad, nuestro organismo los necesita, pero no en cantidades demasiado elevadas pues pasan entonces a ser tóxicos. Por este motivo, cuando se detectan altas concentraciones en ciertos materiales, éstos deben ser sometidos inmediatamente a tratamientos de aislamiento adecuados para evitar males mayores.
¿Cómo se produce la contaminación por metales?
Las maneras de absorber este exceso de metales son muy variadas. Por ejemplo y sin ir más lejos, hasta que se generalizó el uso de gasolina sin plomo, nuestros organismos asimilaban excesos de este metal al respirar el humo de los tubos de escape de los coches en las ciudades, pudiendo producir lesiones cerebrales. En casos como el cadmio, también se incrementa el riesgo de padecer cáncer de próstata, riñón o pulmón.
Otro buen ejemplo es el del marisco o el pescado, a través de cuya ingesta podemos intoxicarnos con mercurio si el animal estaba contaminado previamente… y los daños son de todo tipo: fetales en el caso de mujeres embarazadas, hemorragias bucales, neumonías, daños renales, hipersensibilidad, cáncer de hígado, enfisemas pulmonares etc. Afortunadamente y como en el caso de las gasolinas, la tecnología y la legislación van poniendo freno poco a poco a estos peligros y lejos quedan ya los tiempos en los que los fungicidas contenían compuestos de mercurio.
No obstante, la asociación ecologista Adega alertó recientemente de la existencia de contaminación por metales pesados en el entorno de una piscifactoría en Quilmas (Carnota). Al parecer, la intoxicación se habría producido por vertidos de la granja de cultivo que contaminaban una finca vecina de más de 800 metros cuadrados con metales pesados y sustancias salinas de residuos industriales. Un grave peligro, porque además la tierra queda envenenada de cara a futuros cultivos o, simplemente, como alimento para la fauna autóctona.
Queda, por tanto, mucho por hacer en esta materia no sólo en lo que a sensibilización y legislación se refiere, sino a maximizar todo lo posible los mecanismos de control. Aún a día de hoy no resulta extraño encontrar en los medios denuncias por parte de colectivos ecologistas, alarmando sobre los pobres análisis –incluso alteraciones de los resultados– de lodos en los puertos marítimos. Manos a la obra, pues.