Una primera (algo pesimista) de Hanemann, es que la demanda de energía es muy volátil, tanto a nivel residencial como comercial (que son los campos en los que tiene más sentido trabajar para lograr ahorros), y que esto hace muy difícil poder interpretarla. La buena noticia es que esta volatilidad viene de algunos factores que se pueden corregir.
El primer factor es que los consumidores no tienen suficiente información: muchos no saben cuánto consumen, ni cuánto les cuesta. El segundo es que hay gran parte de la demanda de energía que está fuera del control del consumidor, al menos en el corto plazo. Por ejemplo, hay estudios que demuestran que el tipo de vivienda influye hasta tres veces más en el consumo de energía que los comportamientos del consumidor. Decía antes que esto se puede corregir: se puede dar más información (tanto de precios como de cantidades) a los consumidores, y esto tanto en el momento de consumir energía como en el de comprar otros bienes que determinan dicho consumo (como la vivienda). Un buen ejemplo del segundo caso son los programas de certificación energética de viviendas, que se han demostrado efectivos ya, y que quizá convendría extender no sólo a la compra o alquiler de vivienda, sino también a cuando se hace una renovación de la misma (que suele suponer un mayor consumo energético).
En cuanto al primer caso, la introducción de contadores inteligentes o dispositivos similares puede lograr que los consumidores sean más conscientes de la cantidad de energía que consumen y de su precio. Así quizá lograremos que la respuesta a cambios en la renta o en el precio sea más efectiva para la electricidad o para el gas. Ahora mismo, y a pesar del impacto mediático de la subida de las tarifas de la luz, la respuesta de los consumidores eléctricos es muy inferior a la de las variaciones en los precios de la gasolina, probablemente porque cuando uno llena el depósito del coche es perfectamente consciente de lo que le está costando, y de cómo ha cambiado esto desde la semana pasada, mientras que las tarifas de la luz o del gas llegan cada dos meses, y mucha gente ni las mira.
Finalmente, otra conclusión que me resultó muy interesante: tenemos que dejar de hablar de demanda de energía y pasar a hablar de demanda de servicios energéticos (iluminación, calefacción, aparatos eléctricos, etc.). Los grandes cambios en los usos de la energía hacen que uno no pueda entender por qué consumimos (y cómo ahorrar) si no analizamos el servicio energético y no los kWh.
La moraleja de todo esto es que necesitamos entender mucho mejor cómo y por qué demandamos energía y servicios energéticos, si queremos reducir su consumo. Para esto hacen falta datos, muchos datos, algo que desgraciadamente no tenemos habitualmente en España. En este sentido, la introducción masiva de contadores inteligentes puede ser una gran oportunidad. Combinada con una política más activa por parte de las administraciones para recabar datos realistas y detallados y ponerlos a disposición de los investigadores puede ser clave para que, de verdad, logremos avances significativos.
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