El asunto más relevante actualmente en el panorama científico, en mi opinión, es el papel que puede jugar la información en la eficiencia energética, sobre todo para los hogares. De hecho, cuando analizamos los problemas que hay que para que la eficiencia energética tenga una mayor penetración en el sector residencial, nos encontramos con que el principal es la falta de información: mucha gente no sabe cuánta energía consume, ni cuánto le cuesta, ni qué puede hacer para reducir el consumo. Y claro, en estas condiciones, ¿quién va a querer invertir en un aparato más eficiente, o en reducir su consumo?
La información puede proporcionarse de muchas formas. Por ejemplo, Anna Alberini presentó un estudio en el que comparaban los ahorros en electricidad resultantes de un programa de auditorías energéticas gratuitas con los de otro programa en que se ofrecían ayudas para la compra de bombas de calor de alta eficiencia. El resultado: las auditorías gratuitas conseguían ahorros del 5% en el consumo, simplemente haciendo a los consumidores conscientes de cómo usaban la energía y cómo podían ahorrar. En cambio, ¡las ayudas a la compra de las bombas de calor no consiguieron ningún efecto! Es decir, el dinero público que se concedió a estos hogares no sirvió para nada.
Parte de la explicación a este sorprendente hecho puede residir en otros dos fenómenos también presentes siempre en nuestra experiencia de políticas de eficiencia energética: el efecto polizón (free-riding) y el efecto rebote. Por ejemplo, Andrea Bigano nos contó cómo el efecto polizón puede superar el 50% de las instalaciones. Es decir, que más de la mitad de los consumidores podrían estar usando las subvenciones para algo que harían también sin ellas. De nuevo, dinero público tirado a la basura. También hubo papers sobre el efecto rebote. Massimo Tavoni mostró cómo históricamente el efecto rebote en Europa ha sido significativo y por tanto no podemos obviarlo. Steve Sorrell también obtiene números nada despreciables: entre un 50% de efecto rebote para el consumo de combustibles para el transporte, y un 60% para el consumo de gas y electricidad en el Reino Unido.
Otra posible explicación a los resultados de Alberini es que las inversiones en eficiencia son complejas, y ni el que las realiza (el contratista) ni el que las usa (el consumidor) revelan toda su información sobre calidad de la obra, consumo después de ella, etc. Gaëtan Giraudet habló sobre esto. Esta falta de información mutua resulta en unas tasas de inversión mucho menores a las óptimas, y en unos costes (por los ahorros no realizados) muy superiores a los que costaría por ejemplo implantar un sistema de calidad para estas instalaciones, que eliminara los problemas de información.
Ante esta situación, es fundamental considerar otros instrumentos, que proporcionen la información que necesitan los consumidores y que nos permitan alcanzar los ahorros energéticos deseados. Por ejemplo, los certificados energéticos que recientemente se han implantado en España pueden ayudarnos a reducir nuestro consumo de energía. Ana Ramos, en el congreso, nos mostró cómo de hecho el disponer de un certificado aumenta el precio de las viviendas en Portugal (al dar la señal de mayor ahorro al comprador), en la línea de lo que Nils Kok ha encontrado para otros países. Los contadores inteligentes también pueden ayudar a concienciar a los consumidores, o las auditorías energéticas, o los programas de garantía de calidad que proponía Giraudet. Muchas opciones, a las que todavía no se ha prestado la atención debida, pero que pueden ser muy potentes.
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