México puede beneficiarse de esta fuente de energía, dado que genera una gran cantidad de materia orgánica de este tipo (unos 70 millones de toneladas al año). Dentro de éstos, los residuos forestales están infrautilizados: se considera que, de cada árbol extraído para la producción maderera, sólo se aprovecha comercialmente un porcentaje cercano al 20%. Se estima que un 40% es dejado en el campo, en las ramas y raíces y el otro 40% en el proceso de aserrío, en forma de astillas, corteza y aserrín.
Una de las vías de explotación de estos recursos viene de la mano de los cultivos específicamente plantados con este fin, lo que rompe el mito de que esta fuente de energía puede llegar a competir con la producción de alimentos. Además, estos cultivos combaten la erosión y degradación de los suelos.
Esta materia orgánica es sometida a diversos procesos (combustión, termoquímicos, bioquímicos…) de manera que libera energía en forma de calor o bien se transforma directamente en combustibles de alta capacidad energética. En el caso de la madera, su destino suele ser mayoritariamente polvos para quemadores; astillas y pellets (pequeños cilindros de madera comprimida) y briquetas para hornos y calderas; e, incluso, carbón vegetal para las estufas domésticas.
En La Trinidad, municipio de Guadalupe y Calvo, San Carlos y su anexo El Vergel, municipio de Balleza y Yoquivo, de Guachochi, ya hay planeados proyectos de generación de energía eléctrica a partir de la biomasa forestal con un costo aproximado de 2,7 millones de pesos, aportados por Comisión Nacional Forestal y el Gobierno del Estado. No es un episodio aislado y, de hecho, en instalaciones como la central carboeléctrica de Petatalco sería posible reducir la importación de carbón. De los 2.500 MW que genera, alrededor de un 5% podría producirse a partir de biomasa.
Un aprovechamiento que se incrementan de la mano de la investigación, pues las principales universidades del país están desarrollado proyectos alrededor de la biomasa y algunas como la UNAM tienen en su haber investigaciones sobre biodigestores, gasificadores y análisis genéticos para utilizar cultivos no alimentarios, como residuos de la caña de azúcar, la palma aceitera o, incluso, de plantas propias de tierras poco fértiles como la jatropha.
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