EcoetiquetasEn julio de 2013, se publicaron en el Eurobarómetro de la Comisión Europea los resultados de las encuestas del comportamiento del ciudadano europeo a la hora de realizar sus compras, en las que se indicaba que un 44% de la población encuestada desconoce totalmente los impactos ambientales del producto que compra frente a un 55% que afirmaba conocer totalmente los impactos relacionados, como datos de media europea. Pero lo que llama la atención de estos datos es que el porcentaje de mayor conocimiento de los impactos de los productos corresponde a la población de más de 55 años y que este porcentaje ha aumentado muy poco en los últimos años.

La lectura es clara: el mensaje de los ciclos de vida de los productos y el impacto asociado no está calando en la población. No estamos comunicando bien el mensaje. Tendremos que cambiar o inventar algo para que llegue nítidamente al receptor.

Lo ideal para establecer criterios de sostenibilidad interpretables en un producto, entendido este como el impacto global que la elaboración de un producto genera sobre el medio ambiente, debería responder a un arquetipo más simplificado, inteligible, homologado, estandarizado y clarificador para el consumidor, aunque conlleve un trabajo técnico de trastienda especifico y complejo.

Las conclusiones ambientales del análisis del ciclo de vida (ACV) de un producto tienen que trasladarse al consumidor de forma clara y concisa, unificando la ingente cantidad de etiquetas de corte sostenible que circulan por el mercado que hacen que difícilmente podamos distinguir los méritos reales contraídos.

En la actualidad, son muchas las etiquetas sostenibles que podemos observar en los productos: reciclabilidad, producción ecológica, ecoetiquetado, etc) y algunas de huella de carbono.

De forma sintetizada, las ecoetiquetas indican el cumplimiento de unos requisitos ambientales mínimos de impacto en el medio, baremadas a través de las Reglas de Categoría de Producto mediante los análisis de ciclo de vida del producto (de la cuna a la tumba), teniendo en cuenta todas las categorías de impacto del producto, es decir, todos los aspectos ambientales asociados al producto desde su concepción hasta su deshecho para eliminación o reutilización y reciclaje.

Si el objetivo principal de la etiqueta ecológica es informar a los consumidores de cuáles son los 

 

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productos que tienen menor incidencia ambiental, la etiqueta ecológica debe ofrecer a los consumidores orientación e información exacta, con base científica y veraz sobre la repercusión ambiental del producto a lo largo de su ciclo de vida.

La ecoetiquetas pueden ser de tres tipos: I, II y III, estando sujetas las de tipo I y III a una verificación por tercera parte homologada.

Las principales ventajas de este tipo de ecoetiquetado son:

– Para productores, importadores y proveedores proporcionan información cuantitativa: objetiva y fiable (se usan métodos del ACV) y abierta a todos los productos/servicios.

– Para compradores, minoristas y clientes es una fuente de información: comparable (los métodos de cálculo son comunes) y creíble gracias a la inspección, revisión y seguimiento por parte de un verificador independiente.

– Además pueden integrarse con otras herramientas:

Compra Verde. Los compradores públicos o privados pueden usar la etiqueta tipo III como base para definir requisitos ambientales en los criterios acordados. Los compradores la pueden usar para obtener un benchmarking ambiental de los proveedores.

En un SGA, los criterios de ecoetiquetado pueden ser usados como aspectos ambientales significativos mejorados. Aumenta credibilidad del SGA.

Existencia de sinergias entre los procesos usados y los datos requeridos entre las tres etiquetas. Explotar esas sinergias reduce costes y satisface a diferentes tipos de clientes (consumidores finales, industriales y compradores públicos).

Para obtener ecoetiqueta hay que hacer ACV. Los resultados se pueden emplear como oportunidad de mejora en Ecodiseño.

Para el consumidor final, la gran cantidad de información desarrollada para analizar el ciclo de vida de los productos se debería reflejar en una etiqueta sintetizada de forma que, dada la imposibilidad de reproducir toda la información contenida en los informes ACV de los productos, el consumidor pueda percibir la posición ambiental del producto que tiene entre manos, tanto a nivel de uso de recursos y consumos como a nivel de impacto (vertidos, emisiones, residuo, etc).

Por este motivo, entendemos que los esfuerzos se deben centrar en establecer una etiqueta inteligible para el consumidor que, dada la posibilidad de comparación de los ciclos de vida entre productos de similares características, permita comparar el impacto global del producto que va a comprar y poder tener información suficiente para tener un criterio más de elección: su impacto global en el medio ambiente.

Es cierto que resulta bastante complejo, pero se debería dar vueltas a un etiquetado tipo “ranking” donde se ubique el producto entre una horquilla de máximos y mínimos aceptables en los que se incluiría todos los aspectos globales relacionados con el ciclo de vida: concepción, fabricación, uso, consumo y deshecho.

Si seguimos creando etiquetados ecológicos inconexos, el consumidor se perderá entre tanta información específica y dejará de prestar atención a las mismas. Por eso es muy importante condensar la información general en un único etiquetado y unificar criterios que posibiliten un criterio más de selección: el de menor impacto ambiental.

Fuentes: Flickr / Bureau Veritas

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