Y, sin embargo, nada está más lejos de la realidad. La agricultura del siglo XXI es cada vez más inteligente y emplea cada vez más la tecnología. Estamos entrando en la era del agrotech o del llamado smart farming. El campo está empleando las últimas novedades tecnológicas para ser más eficiente en términos de trabajo y negocio, pero también para mejorar su posición en su relación con la naturaleza.

De hecho, como apuntan los expertos y los analistas, los agricultores están usando cada vez más herramientas como la tecnología machine to machine o M2M (máquinas que hablan entre ellas), el big data o el internet de las cosas para ser capaces de mejorar sus resultados.

A medida que las necesidades globales de alimentación cambian (la FAO prevé que en los próximos años se necesitará un 70% de incremento en producción de comida) y a medida también que las condiciones de trabajo en el campo se complican (no hay que olvidar los efectos del cambio climático en las cosechas), la tecnología parece una de las pocas alternativas para seguir siendo competitivos.

Cómo cambia la tecnología las cosas

Los expertos que hablan desde el punto de vista económico apuntan a que el uso de la tecnología ayuda a que se comprendan cuestiones ligadas al valor y a la producción de productos. La tecnología aplicada al campo tiene, además, un efecto en términos de eficiencia medioambiental.

Por ejemplo, los agricultores están empezando a emplear sensores inteligentes que dan información sobre el suelo en el que plantan sus cultivos y les ayudan a predecir cómo responderán las semillas. Esto ayuda a mejorar los resultados de los cultivos, pero también permite hacer un trabajo de preservación de recursos. Los agricultores saben, gracias a sus herramientas smart, la condición en la que se encuentra la tierra y pueden evitar el agotamiento de la misma. La tecnología ayuda a cuidarla mejor.

A eso se suma que a medida que se está haciendo más tecnológico el trabajo y a medida que se conectan más las cosas del trabajo en el campo, se consiguen más y más datos. El trabajo agrícola se convierte en una fuente de datos, ya que las diferentes tecnologías usadas están recopilando información. Gracias a ello, es posible tener una foto mucho más completa del estado de las cosas y corregir problemas y prevenir impactos negativos.

Igualmente, la tecnología también permite ser mucho más eficiente en la lucha contra los problemas del campo. Hay quienes ya hablan del potencial futuro que tendrían los nanotractores sin tripulación, que permitirían no solo sembrar en condiciones más concretas sino también controlar las malas hierbas a un nivel mucho más específico. Los drones, por poner otro ejemplo, también se podrían usar para aplicar tratamientos fitosanitarios. Las fumigaciones podrían ser mucho más selectivas y limitando el alcance de los elementos que lanzan, centrándose solo en el problema.

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