Cuando caen en nuestras manos productos fabricados con oro, plata o cobre no nos planteamos el proceso que han vivido hasta llegar a nosotros. Sin embargo, la extracción de estos metales cuando proceden de prácticas de megaminería deja una huella contaminante en el ambiente de consecuencias nefastas.
Las cifras hablan por sí solas: para lograr la extracción de un gramo de oro se precisa volar con explosivos alrededor de 14 toneladas de roca. Así es la megaminería, capaz de no sólo alterar el paisaje –con las consecuencias negativas que ello supone para la flora y la fauna-, sino contaminar con sustancias químicas.
Y es que después de haber utilizado explosivos, la megaminería somete a esas toneladas de roca a un proceso químico con sustancias como el cianuro, el mercurio o el ácido sulfúrico que favorecen la separación de los minerales de la roca. El problema, claro está, es que estos líquidos tóxicos con frecuencia desembocan en acuíferos o ríos, contaminando regiones enteras. De todo el cianuro que se utiliza en la industria, la minería utiliza entre el 10 y el 15%.
El natural no es el único deterioro que trae consigo la megaminería: también termina por producir desplazamiento de pueblos nativos y la precarización del empleo para quienes trabajan en estas explotaciones, muchas veces menores de edad. De hecho y en contra de lo que tiende a pensarse, la megaminería no es la fuente más importante de puestos laborales en el rubro minero.
¿Qué alternativas sustentables existen a la megaminería? A fin de cuentas, esta actividad mueve muchos millones de dólares al año y de no encontrar otros métodos de extracción parece poco probable que se vaya a frenar. Si bien es importante que se desarrolle la minería, esto no puede hacerse a cualquier costo.
Una de las primeras medidas que habría que adoptar para frenar el deterioro del ambiente por parte de la megaminería sería incrementar los controles sobre estas prácticas, al tiempo que se promueven las explotaciones a menor escala, creando cooperativas que dinamicen las economías locales en detrimento de las grandes multinacionales.
No sólo eso, puesto que recientes investigaciones ponen de relieve otros métodos para reducir la contaminación. De esta manera, la sustitución del agua dulce por agua de mar es una de ellas, capaz de disminuir hasta en un 20% el consumo de potencia en las etapas de fragmentación o molienda. Así lo han descubierto en la Universidad Nacional de Colombia, resultando especialmente interesante en explotaciones cercanas al mar.
Fuentes: Universidad Nacional de Colombia | Ecología Verde | La Nación | Aire Libre Digital
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