El equilibrio ecológico es el mecanismo mediante el cual el Planeta ha conseguido mantener cierto grado de estabilidad dinámica en mitad del complejo conjunto de relaciones de todos los seres vivos que lo integran, ya sean animales o vegetales. Obvio que los efectos más notables siempre se producen en los recursos naturales renovables como el agua, el aire, la flora y fauna y el mismo suelo.

Uno de los factores más desequilibrantes en esta sinfonía de la naturaleza es la acción del ser humano. Desde nuestros ancestros, la naturaleza hace gala de ese equilibrio ecológico para contrarrestar las intervenciones artificiales del hombre.

¿Es siempre negativa esta acción humana? No tiene por qué y, de hecho, buena parte de las selvas tropicales del Cono Sur son una prueba de ella. Según algunas teorías científicas, el origen de estas vastas superficies verdes podría remontarse a, sencillamente, las plantaciones que realizaran los seres humanos hace miles de años.

Toda una paradoja, porque en la actualidad y con los niveles de deforestación que se viven en selvas como la del Amazonas, quién sabe si en un futuro no muy lejano, el equilibrio ecológico convierta esos bosques tropicales en una especie de sabana, con la adaptación a la misma de muchas de sus especies animales. Precisamente, ese podría haber sido el origen de hábitats como la mismísima Llanura del Serengueti o los grandes pastizales australianos.

La práctica por parte de los aborígenes de lo que se denomina chaqueo, es decir, de las quemas regulares del terreno, habrían acabado con los bosques que un día se extendieron por aquellas tierras. ¿El objetivo? Convertir estas masas forestales en grandes pastizales con los que alimentar grandes rebaños. Y de nuevo, entra en juego el equilibrio ecológico, que no sólo transforma progresivamente la flora –algunas especies ya requiere de un incendio para que sus semillas germinen-, sino que también se produce una mayor diversidad de la fauna, con la incorporación de más especies, incluidos depredadores que regulan una posible superpoblación de herbívoros.

A pesar de estos ejemplos de adaptaciones al cambio, no podemos confiar todo a la teoría del equilibrio ecológico, puesto que enfrentada a ésta aparecen otras como la teoría del caos. Según este planteamiento, muchos de los cambios caóticos que se producen que, además, suelen ser causa de la acción del hombre, no consiguen ser contrarrestados y los efectos son devastadores en el Planeta.

Especialmente crítico es el desequilibrio que se puede dar cuando el ser humano introduce sustancias tóxicas (contaminación) que, a la larga, terminan por acabar con ciertas especies o por reducir tan drásticamente la cantidad de nutrientes que el peligro de extinción es exponencial. Por esta razón, no podemos convertirnos en el factor disruptivo de ese equilibrio ecológico y, en cierto modo, lo estamos siendo como demuestra el cambio climático y el calentamiento del Planeta. De no frenar esta tendencia, nosotros mismos podríamos ser víctimas de ese equilibrio ecológico.

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