Estábamos un día el tercer y cuarto elemento de la familia enzarzados en un debate sobre la desconexión entre el arquitecto, la arquitectura, y la «usabilidad» que hay que dar a los edificios. Mi hermano es un gran defensor de Le Corbusier y de sus muchos seguidores, que crearon una corriente arquitectónica denominada «Brutalismo».
Bajo esta palabra feísima (adaptada del término francés béton brut u hormigón crudo), surge una corriente «brutal» en la segunda mitad del siglo XX donde se usa y abusa del hormigón y del ladrillo, del cristal y del acero, en inmuebles con geometrías angulares, donde las estructuras e instalaciones quedan a la vista… Y todo en edificios para las masas poblacionales, es decir, funcionalismo versus belleza arquitectónica.
Había que solucionar los problemas de vivienda, y se hablaba entonces de soluciones urbanísticas para clases populares. Y todo esto tuvo su momento, como le dije a mi hermano, y queda patente la desconexión entre el tiralíneas y la realidad palpable. Por ser funcionales, y en otros casos colosales, descomunales, disfuncionales,… se han levantado edificios brutalistas con mayor o menor fortuna.
Sobre el plano parecen bellos y funcionales, pero terminada la obra son pocos los edificios que resulten atractivos, pareciéndose más a una colmena o comuna. Y la desconexión se acentúa en nuestros días, pues todos estos inmuebles han llegado a nuestros días con las nuevas exigencias que nos llegan de Europa: sostenibilidad, eficiencia energética, ahorro, etc. El brutalismo buscaba atender una demanda intensiva de viviendas sin pensar en necesidades futuras.
Chapuzas neo-brutalistas
Ahora, gran parte de estos inmuebles son ineficientes y requieren de una rehabilitación integral. No es raro de ver las «chapuzas neo-brutalistas» en edificios donde hay vecinos que se ponen doble ventana, o acristalan la terraza o balcón con distintos tipos de carpinterías de aluminio, o de pvc, en distintos colores. En vez de ser una acción coordinada, donde una empresa de rehabilitación asesore a la Comunidad para que todos mantengan una estética y ganen en ahorro y eficiencia energética, bien parece un mercadillo donde cada vecino ha puesto lo que mejor le ha convenido a su bolsillo y preferencias.
Estamos viviendo un Neo-Brutalismo, alejado de la uniformidad que dieron los seguidores de esta corriente arquitectónica. Parece que asistimos a una competición por ser eficientes a costa de no preservar la estética, dando lugar a barrios que parecen hechos de retales y parches. Creo que hay que reclamar más coordinación entre propiedad, arquitectos, y empresas de rehabilitación y reforma. Si queremos reformar los miles de edificios ineficientes que hay en España y darles un nuevo uso, o bien rehabilitarlos para que sean eficientes, hace falta más transversalidad de los actores presentes en el sector construcción-instalación.
Afortunadamente hay apuestas arriesgadas en todas partes, especialmente en el Norte de Europa donde nos llevan sólo un poco de delantera. Además de reconvertir viejos barrios obreros en zonas de moda, hay también numerosos edificios religiosos como iglesias y capillas reconvertidas a centro cultural, incluso hoteles u oficinas. Y sirva como post-data de apuestas arriesgadas el hotel grúa Faralda de Amsterdam.
Me parece un buen ejemplo de rehabilitación y de utilizar una infraestructura obsoleta de un antiguo barrio de astilleros en hotel de lujo. Este antiguo barrio del Norte de la capital holandesa se ha reconvertido en zona de moda con restaurantes y locales de lujo, de arte, etc. Y lo más curioso es que el empresario que compró la vieja grúa le costó sólo un euro, a cambio de rehabilitarla como hotel de lujo.