El «material» en cuestión desde siempre ha tenido un componente artístico. Todos recordamos aquellos preciosos globos que dependiendo de las marcas brotaban de la boca grandes, pequeños, transparentes u opacos.
Pero a Ben Wilson, un artista británico, se le ha ocurrido la genial idea de utilizar a modo de lienzo la goma de mascar ya usada, tirada y pegada en las aceras de Londres para pintar sus obras.
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¿Cómo lo hace?
Un pincel, pintura acrílica, barniz y un pequeño secador son todas sus armas para enfrentarse al lienzo de sabores. Retratos, paisajes, bodegones… incluso acepta encargos de los boquiabiertos vecinos de la zona que lo encuentran arrodillado en el suelo aplicando su insólita técnica.
Se entiende que son todas miniaturas, pero sus vivos colores y los atractivos diseños no dejan indiferentes a los viandantes que empiezan a dudar si conviene respetar la norma básica de educación de no tirar el chicle al suelo.
Un problema muy pegajoso
Ayuntamientos de todas las ciudades del mundo se han encontrado con el quebradero de cabeza de los chicles pegados. Nada puede con ellos, no hay forma de despegarlos con la clásica escoba, atascan las mecánicas y tampoco se dejan absorber por las aspiradoras municipales que se emplean en otro tipo de residuos (como los caninos).
Ensucian por contacto cuando están aún «recientes» y pueden causar accidentes ya endurecidos cuando se convierten en una superficie deslizante al contacto con la lluvia. La única amenaza seria son las pistolas de agua caliente a presión que, literalmente, los deshacen.
En cualquiera de los casos, se trata de un desembolso que a ningún arca municipal le gusta sufragar y que quizá puedan empezar a evitar. Tal vez acaben siendo despegados, con todas la medidas de seguridad para no estropear las obras, por algún museo de arte contemporáneo para ser enmarcados en una pared.